El “Che” por América Latina

sábado, 19 de diciembre de 2009


El 9 de octubre de 1967 moría asesinado en La Higuera, Bolivia, Ernesto "Che" Guevara, mientras intentaba llevar la revolución a América del Sur. Médico, político y guerrillero revolucionario, fue comandante del ejército revolucionario que derrocó al dictador Fulgencio Batista en enero de 1959. Fue, tras el triunfo de la revolución, la mano derecha de Fidel Castro. En 1952, junto a su amigo Alberto Granado, siendo todavía estudiante de medicina, Guevara había realizado un viaje por Argentina, Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Para recordarlo, transcribimos una carta enviada a su amiga Tita Infante, donde narra algunas de las experiencias vividas.

Fuente: Adys Cupull, Froilán González. Cálida presencia. La amistad del Che y Tita Infante a través de sus cartas, Montevideo, Editorial Oriente, 1997.

Lima, Mayo de 1952
Mi querida Tita:

Seguramente le asombrará asistir a este nuevo milagro de la resurrección representado por la carta que tendrá entre manos dentro de algunos días, sin embargo, hace mucho tiempo que hubiera querido escribirle, y si no lo hice antes fue porque a un cúmulo de factores, digamos psico tiempo, se unía en gran proporción el factor económico, ya que mi desesperante situación económica hace que el sol de la estampilla se sienta inmensamente en el presupuesto (no es esto preámbulo de ningún pechazo). Afortunadamente encontramos en Lima, junto con un maestro de la lepra un espíritu comprensivo como es el Dr. Hugo Pesce, que ha solucionado la mayoría de nuestros problemas más apremiantes ($$-$$, etc.) De paso le diré que las ideas de este señor se parecen mucho a las suyas pero no es tan romántico como Ud. Creo que le interesará saber cómo diablos estoy en esto que ampulosamente se llama la Ciudad de los Virreyes, de modo que me voy a historiar: De Córdoba me fui al sur siguiendo amorosamente el camino veraniego de mi cara aspiración que descansaba en Miramar de su agitada vida invernal (observe qué claro queda el hecho paradójico de que vaya al norte por el sur, a la luz del materialismo histórico). Después de babear abundantemente, mi compañero de viaje, Alberto Granado, me arrancó del palacio de Ciprisy nos largamos a conocer el sur argentino, que será muy lindo y todo lo que quiera pero que está demasiado cerca para que ejercite mis dotes periodísticas.

En Chile, a donde entramos con la rueda izquierda, estrellamos la moto cuando no habíamos recorrido un tercio total de su longitud, de modo que a partir de un pueblo llamado Los Ángeles, demostramos el gran talento dramático que poseemos a dúo. Hasta Valparaíso llegamos por el discutido y siempre eficaz método del “dedo”, pero en puerto, Satanás metió el rabo y nos introdujo la idea de viajar de polizones; el resultado fue que nos metimos en un barquito llamado San Antonio y permanecimos día y medio en los baños. Cuando alguien se acercaba a abrir la puerta una voz cavernosa le decía: ocupado, al siguiente una meliflua vocecilla: no se puede; y cuando no había moros en la costa pasábamos al baño vecino para repetir alternadamente la contestación. A nadie se le ocurría hacer una estadística para ver quien era el ocupante de modo que podíamos haber estado 15 días cómodamente, pero Gandhi ha muerto! A las tres de la tarde del día siguiente a la partida, el capitán, despidiendo fuego por los ojos nos mandaba respectivamente a pelar papas y limpiar letrinas; desgraciadamente yo era el segundo término y la sanidad del buque estaba profundamente resentida debido al hecho demostrado de que hacía tiempo que faltaba un polizón. Al tercer día de viaje, cómodamente instalados, discutíamos de temas varios con la oficialidad sin mover un dedo y al llegar a puerto (Antofagasta) fuimos despedidos con la habitual forma “cariñosa” de los chilenos que consiste en agarrarse un peludo macanudo.

Desde ese puerto fuimos hasta uno de los yacimientos de cobre más grande del mundo, Chuquicamata; y realmente nos impresionó el rigor de la vida del obrero y su falta de defensa contra las contingencias de un trabajo peligroso como es ese. La grandeza de la planta minera está basada sobre los 10 mil cadáveres que contiene el cementerio más los miles que habrán muerto víctimas de neumoconiosis y sus enfermedades agregadas.
Cuando le pregunté a un empleado de la compañía cuánto se pagaba por accidentes que costaran la vida al obrero, su repuesta fue un encogimiento de hombros, cuyo significado exacto no pudimos precisar porque nadie conoce exactamente las leyes obreras y su aplicación, pero me imagino que no quería decir nada bueno para la familia del trabajador en esas condiciones. La policía chilena poco tiene que hacer por iniciativa propia ya que recibe directamente órdenes de los jerarcas de la compañía que fueron las encargadas de autorizar nuestra entrada al pueblo, no digamos al terreno de la mina, y en general la prensa chilena presenta el panorama minero con un desconocimiento de la realidad y una falsía que invitan realmente a reflexionar. La persecución es encarnizada e indiscriminada; tuvimos oportunidad de conversar con algunos obreros, de la más baja condición intelectual, gente que no podía ser peligrosa en ningún momento y que sin embargo deambulaba de un lado para otro sin poder conseguir trabajo porque tiene el estigma de haber pertenecido a un movimiento huelguístico declarado ilegal y sofocado por el gobierno. Las minas de salitre, sin llegar al extremo de Chuquicamata, presentan un parecido aspecto de sumisión hacia el gran capital que vuelve odiosa todas las gigantescas obras construidas en los desiertos de la región.

A Perú entramos por Tacna y de allí en línea quebrada fuimos por Puno en el lago Titicaca hasta el Cuzco, que es realmente una de las cosas importantes que queda en América del pasado precolombino. A pesar del sistemático saqueo que los conquistadores españoles primero, y los conquistadores yanquis después, ejercieron sobre sus monumentos públicos y reliquias artísticas, todavía quedan edificios que dan cuenta del extraordinario adelanto de esa civilización, hay una serie de detalles técnicos e históricos –anecdóticos que sería muy largo referirle ahora–, pero queda en pie una invitación a que conozca esa región en cuanto pueda. Cuzco mismo presenta la ansiada revancha de Viracocha sobre Jesucristo, ya que las iglesias levantadas sobre los cimientos de los antiguos templos y edificios públicos incaicos se han venido abajo vergonzosamente, durante el terremoto de 1950, mientras su base permanece indemne. Es curioso el hecho de que los aviones de la Ayuda Social que volaron aquí en esa época han hecho más por los vínculos argentino-peruanos –transcribo párrafos de un entusiasta cuzqueño– que la obra de todos los gobiernos anteriores. El hecho es que el nombre argentinos nos abre todas las puertas sin grupo.

Conocimos también Macchupicchu, que es una ciudad perdida, recién localizada hace pocos años y donde los cuatro últimos incas trataron de hacer una guerra de guerrillas contra los españoles, guerra que acabó con el martirio del último de ellos en la plaza del Cuzco. Es muy interesante porque, salvo los techos, se conserva completa y permite estudiar bien el sistema de distribución de las viviendas, los adoratorios, etc., cosa que en las ruinas cercanas a Cuzco no se puede apreciar porque el saqueo fue tan grande que sólo dejaron diseminado lo inservible para las construcciones de los españoles, de modo que eso es un matete sin pies ni cabeza. De esta región nos encaminamos, siempre por el centro del país, a visitar un leprosario que queda a unos doscientos kilómetros de la ciudad, para seguir rumbo a la montaña, que aquí se llama así a la región de la selva; estuvimos pocos días en esa región y vinimos a dar con nuestros huesos en esta gran aldea, donde hemos encontrado gente de mucho valor y donde pensamos estar una semana más. De aquí iremos hacia el “nororiente” a la región boscosa limítrofe con Colombia y Brasil, donde se encuentra el más importante de los leprosarios del país, para seguir a través de una serie de ríos colombianos hasta puerto Leguísamo, y de allí, por tierra hasta Bogotá. Me gustaría mucho tener noticias suyas en esa ciudad, donde estaré dentro de un mes y medio, aproximadamente. Ahora, Tita, viene la sección pechazos: Le incluyo la dirección de un médico peruano que es anátomo-patólogo y tiene interés en las clasificaciones del sistema nervioso de Pío del Río Ortega. Yo creo que su amigo Polack hizo una modificación y me gustaría que Ud. la consiguiera; si así no fuera, haga lo siguiente: hable a 71-9925, que es la casa de Jorge Ferrer, gran amigo mío y le dice que busque en casa esa clasificación, es un folleto que Ud. debe conocer. Si por cualquier causa fallara ese puede llamar a mi hermano Roberto, 72 -2700 y encargar que manden el librito, lo más pronto posible a Dr. Anselmo Pineda M. Jirón Pichis 307 Lima, Perú, con una tarjeta mía. Bueno, Tita, por supuesto que me dejo en el tintero —la cinta— mucho de lo que hubiera podido conversar con Ud. sobre este viaje que nos está resultando muy interesante pero hay limitaciones de tiempo en el uso de la máquina, y escribirle a mano en papel transparente sería perder el tiempo porque no me entendería nada; sólo me resta pedirle disculpas en nombre de la ignorancia por toda las faltas de ortografía* que no dudo habrá a montones y darle un fuerte abrazo de despedida epistolar; tal vez en agosto pueda conversar en Buenos Aires con Ud., pues estaría allí en esa fecha en un desesperado intento por no perder el año y recibirme de una vez. Hasta la vista, entonces. A Bogotá escríbame al Consulado, Argentino, si quiere, por supuesto.


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