Historias de mujeres que decidieron responder a su instinto materno sin un hombre que las acompañe; con fertilización, donación de esperma o haciéndose cargo de sus hijos. Relataron su experiencia a Criticadigital. Mariano Jasovich.
Todas los tienen muy cerca. Como si en el parto se hubieran olvidado cortarles el cordón umbilical y sólo pudieran ir hasta donde el lazo se tensa. Tal vez es la naturaleza materna o el trillado complejo de Edipo, no importa. Cuando estas mujeres decidieron quedar embarazadas tuvieron claro el compromiso más importante de la empresa: ser madres.
El relato que sigue con motivo del Día de la Madre no busca rendir homenaje a las mujeres que, sine qua non, nos dieron la vida a todos. Pretende, sin humildad, ser una polaroid de historias donde ser mamá (desear, engendrar, madurar y parir) y responder al llamado de la naturaleza se llevó a cabo sin el 50% restante: el padre.
Desde la concepción en algunos casos, como el de Andrea, o después del parto, como Alejandra, estos relatos de mujeres-madres no cuentan con el protagonista varón-padre, lo cual no deja de ser otro reflejo de una realidad común que, sin embargo, no evita que la esencia femenina mande. Distintos son los casos de Laura o Emilse, que pusieron en manos de la ciencia su deseo, sin detenerse ante los fracasos.
EN BÚSQUEDA DE ESPERMA. Malka Dalila y Anika Natasha ya tienen nueve meses y su mamá blande sus fotografías con orgullo. Las hermanas no saben, por ahora, que llegaron al mundo gracias a la ciencia: nacieron por fecundación in vitro con esperma donado. Las dos tienen ojos azules. El pelo de Malka es castaño claro y su tez es clara; Anika, en cambio, es morocha.
Andrea tenía 30 años cuando su cuerpo comenzó a reclamarle ser mamá. Aún no se había cruzado con el hombre indicado y todo indicaría que iba a pasar. “A los 40 conocí a alguien con quien me enganché enseguida y decidimos irnos a vivir juntos. Habíamos hablado de la posibilidad de tener hijos pero cuando quedé embarazada me dijo: ‘Olvidate que existo si decidís tenerlo’. Pensé que ya no iba a tener otra posibilidad de quedar embarazada y decidí seguir adelante a pesar de que él me abandonara”.
“En ese momento me di cuenta de que estar en pareja no es ninguna garantía para que tu hijo tenga un padre. Me deprimí tanto, que a los tres meses perdí el embarazo”, cuenta como si esa historia lejana ya casi no le perteneciera.
Años después, ya descreída de los “príncipes azules”, Andrea le preguntó a su médico cuánto tiempo de fertilidad le quedaba. “Cuatro años más”, fue la respuesta. Cuando cumplió los 44, se dio cuenta de que no podía esperar más. Sin pareja estable, primero pensó en adoptar, pero allí encontró demasiadas trabas burocráticas. “A la lentitud se agregaba que a las mujeres solas, le daban chicos enfermos solamente y, así y todo, tardaba como unos 10 años”.
Andrea tenía claro que “tener relaciones con un hombre por el mero hecho de quedar embarazada” iba contra sus principios y, pese a los cuestionamientos por ir en búsqueda de “esperma”, decidió ir a un banco de donantes.
Comenzó con el tratamiento de fertilidad a mediados de 2006 en el instituto Procrear: “Me dieron la opción de elegir entre una inseminación –sale aproximadamente 1.000 pesos y una fecundación in vitro –cuyo costo supera los 10.000 pesos–. Opté por esta segunda posibilidad porque mi reloj biológico se estaba agotando y así tenía más chances de quedar embarazada. De todas formas, me impuse un límite de tres tentativas porque es un desgaste tanto físico como emocional”.
Los médicos le explicaron a Andrea que no tenían un perfil de donante rubio de ojos celestes como ella, pero su única condición fue “que tuviera el mismo factor sanguíneo que el mío y que no fuera alcohólico ni fumador”.
Cuando las hijas le pregunten quién era su padre, mamá Andrea tendrá, dice, una sola respuesta: la verdad. “Creo que la sinceridad les va a servir a las chicas para enfrentar la hostilidad y la discriminación de la sociedad”, afirma.
INSEMINACIÓN ARTIFICIAL. Con sus 33 años y Priscila a cuestas, Laura es una predicadora de la insistencia: “No hay que desanimarse en el primer intento”.
Conoció la frustración, la ansiedad y la incertidumbre cuando eligió ser madre con tratamientos de inseminación artificial. “Me apliqué tres inyecciones por día durante cuatro meses —relata. Son momentos raros porque todos los días te levantás viendo si te bajó la menstruación, lo que significa de que el tratamiento falló”.
Laura fue paciente de la doctora Ester Polak, quien explica que “en general siempre es necesario realizar más de un tratamiento para obtener el éxito. Pero lo importante es contener a la pareja para que no se desanimen al primer intento”.
Hay cifras concretas que echan luz sobre el sentimiento de búsqueda de la maternidad por parte de las mujeres. El 90% sufre de trastornos de ansiedad y estrés cuando no logran ser madres, reveló un informe de especialistas que asesoran a un grupo de autoayuda de parejas con problemas de fertilidad.
Irene Dall'Agnoletta, médica tocoginecóloga, especialista en medicina reproductiva y asesora del grupo Lazos (que reúne a parejas con problemas de fertilidad), señaló que "la ciencia ofrece técnicas y tratamientos cada vez más sofisticados para tratar la infertilidad". Pero reconoció que "las parejas experimentan sentimientos de frustración, hasta que logran concretar el deseo de ser padres".
Antes de tener a Priscila, Laura sentía sobre sus espaldas las miradas y comentarios de toda su familia y amigos que le “repetían hasta el hartazgo la frase ´para cuándo nena´. Y en el momento en que falla el primer tratamiento, el mundo se te viene abajo. Pero mi consejo es no perder el tiempo, ni pensar demasiado y volver a intentarlo”.
En el caso de Emilse, el tratamiento de fertilidad llegó por su edad. “Cuando cumplí 40 ya estaba en tiempo de descuento”, sonríe la mamá, mientras mira a Valentino jugar con figuritas.
“En los momentos de las inyecciones y los estudios, la pareja tiene que estar muy unida para poder soportarlo. La mujer, en todos los casos, es la que pone el cuerpo”, reflexiona.
Antes de decidir por el método, Emilse pensó en adoptar, “pero como última opción”. Para ella, el momento de quedar embarazada “es mágico y los primeros días casi no hay que moverse para evitar el desprendimiento. Después de esos momentos la vida continúa normalmente”.
VALOR. Alejandra tiene 26 años y el gesto cansado de una mujer que pudo haber vivido el doble. Llegó al hogar de madres solteras de la Asociación Civil Sol Naciente hace casi tres años junto a Camila, su beba recién nacida.
En aquel momento, recuerda, lo primero que vio fue la frase pintada a mano en la entrada: “El que recibe a uno de mis niños me recibe a mí. Dijo Jesús". Uno de los problemas más graves es el de las madres solteras, que son jóvenes, que están solas, que deben cargar con sus hijos y que no tienen ningún recurso para educarlos, alimentarlos y, en muchos casos, ni siquiera un techo para cobijarlos.
La historia de Alejandra es como la de muchas mujeres. Sufrió el maltrato en su casa paterna, escapó, durmió en la calle y recorrió varios institutos de menores. Luego se enamoró y pensó que llegaban buenos momentos, pero no. “Mi pareja me pegaba y maltrataba todo el tiempo –confesó a Criticadigital-. Pero cuando nació Camila las cosas se pusieron peores y decidí abandonarlo”.
“Estuve en la calle con mi hija, hasta que encontré este refugio que me permitió, en principio, un techo para dormir –contó la madre-. Así me pude empezar a recomponer y hasta me reencontré con mis padres tras el nacimiento de Camila”.
Entonces, Alejandra se recuperó, encontró trabajo y pudo comenzar a darle a su hija educación. Ahora vive junto a otras 20 madres y unos 25 chicos. “La convivencia se hace complicada a veces, entre pañales y la pelea entre los niños. Pero igual se charla todo para poder seguir adelante”.
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Madres por naturaleza, incluso en contra de la naturaleza misma
domingo, 18 de octubre de 2009
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