Perpetua a una madre por la eutanasia al hijo

viernes, 22 de enero de 2010


El joven se encontraba en estado vegetativo desde julio de 2008. La británica Frances Inglis, de 57 años, dijo que lo hizo morir “por compasión”. Tiene otros hijos, que apoyaron su decisión. “Fue un asesinato”, dijo el juez.

Una madre británica que inyectó por compasión una dosis letal de heroína a su hijo, que sufría una lesión cerebral irreversible, fue condenada en Londres a cadena perpetua. La sentencia reabrió el debate sobre la eutanasia, aunque –estrictamente– éste no es un caso de muerte asistida.

Frances Inglis, de 57 años, justificó su acción explicando que sentía que no tenía más remedio que liberar a su hijo, Thomas, del “infierno en vida” que suponía su estado vegetativo.

Inglis, madre de tres hijos, estaba en libertad condicional porque ya había intentado matar a su hijo, en noviembre de 2008, cuando se registró con una identidad falsa en el centro donde estaba hospitalizado.

La mujer admitió el hecho, pero insistió en que había actuado guiada por la compasión. Los miembros del jurado la consideraron culpable por una mayoría de diez a dos. El juez, Brian Barker, dijo que, con independencia de su intención, se trataba de un asesinato.

La familia de la condenada pidió la revisión del caso después de que el juez emitiese su condena a perpetuidad y le dijese que tendría que pasar un mínimo de nueve años en la cárcel. El veredicto suscitó gritos de “vergüenza” de la galería ocupada por el público en el tribunal londinense de Old Bailey.

A las puertas del tribunal, el hijo mayor de Inglis, Alex, de 26 años, defendió a su mamá y dijo que había actuado sólo “por amor” hacia su hermano.

“Toda la familia y la novia de Tom apoyamos totalmente a mi madre. Todos los que amaban a Tom y se sentían cerca de él no consideran lo que ha hecho un asesinato, sino un valiente acto de amor”, afirmó Alex.

Thomas Inglis sufrió graves lesiones cerebrales tras saltar en julio de 2008 de una ambulancia y golpearse la cabeza contra el suelo. Había participado en una pelea a las puertas de un pub y se había roto el labio, pero no quería que lo llevaran al hospital. Últimamente había mostrado una ligera mejoría, pero seguía necesitando cuidados continuos, y su madre, que se estaba formando como enfermera, no quiso creer el pronóstico alentador de uno de los médicos.

Diez días después de la hospitalización de Thomas, su madre trató sin éxito de conseguir heroína pura de un vecino y, tras un primer intento de administrarle una inyección letal, fue puesta en libertad condicional.

El personal del centro donde estaba internado su hijo tenía una foto de Frances Inglis para impedirle la entrada en el caso de que intentara acercarse a él. Pero un día, luego de tomarse un trago de una botella de whisky en el parque del hospital y armada con varias jeringas, logró finalmente su propósito.

“Lo sostuve en mis brazos, le dije que lo quería, cogí una jeringa y le inyecté en los muslos y el brazo. Le dije que todo iba a estar bien”, relató la madre.

Cuando los enfermeros del centro descubrieron lo sucedido, Frances Inglis dijo que tenía sida y los amenazó, se encerró en la habitación utilizando un tubo de oxígeno y una silla de ruedas.

El experto en bioética argentino Carlos Ghirardi aclaró que Thomas no falleció por eutanasia “porque no hubo un pedido del paciente”. “La madre del paciente no debe haber soportado verlo tan mal, pero igualmente es un homicidio”, señala Ghirardi. Y amplía: “En el Código Penal de Uruguay hay una figura de homicidio piadoso cuando el paciente sufre, pero en este caso ni siquiera podríamos afirmar eso porque si se está en estado vegetativo, no está la posibilidad subjetiva de sentir sufrimiento”.

Sobre la necesidad que puede sentir la familia de un enfermo terminal de acabar con el sufrimiento de su ser querido, la psiquiatra Lía Ricón, que estudió el tema de la eutanasia, trae un ejemplo esclarecedor: “Me impresionó siempre que el dueño de un animal, y lo vi en caballos y perros, si se lesiona de modo incurable, tiene como obligación, casi diría que es una cuestión de honor, terminar con la vida del animal al que se quiere mucho”. Y lanza otro ejemplo fuerte: “Cualquiera de nosotros, cuando supo de un ser próximo que fue llevado por las fuerzas de la represión política, deseó que se muriera antes de que sufriera”.

OPINIÓN

“No fue voluntad del enfermo”
Andrés Rascovsky *

Supongo que debe ser un fallo ejemplificador que representa la prohibición de cancelar la vida de alguien, especialmente si es el hijo de uno. En cuanto al hecho en sí, no podríamos hablar de eutanasia porque no fue el enfermo quien quiso terminar con su vida. La agonía debe haber correspondido más a sus familiares.

Lo cierto es que la cultura tiene una relación particular con la muerte porque tarda en aceptarla. De hecho, hay una porción gigantesca de la humanidad que no cree en la muerte: cree en el cielo, en la reencarnación, etc.

Los primitivos y los chicos, por ejemplo, piensan como normal a la inmortalidad. Esta sacralización extrema de la vida lleva que a veces se pretenda extender la vida más allá de las posibilidades médicas. Y si alguien profana la idea de la inmortalidad, puede ser condenado por la sociedad.

Siempre hay una creencia mágica de que alguien que la medicina dice que no puede despertar más, lo haga. Yo trabajé en Estados Unidos en el centro de suicidio de Los Ángeles y puedo pensar que en algunos casos la vida ya no está justificada.

Y también recuerdo el caso de la madre de una chica cuadripléjica y con pulmotor que quería matarse pero no podía. La madre después de 15 años de esa situación, la desconectó y luego se suicidó. Si no lo hubiera hecho, la hubieran metido presa. El tema es muy complejo y hay que observar caso por caso.

* Presidente de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

fuente: criticadigital.com.ar

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