La cueca marxista

martes, 3 de noviembre de 2009


Fuente: Revista Primera Plana Nº 397, 8 de septiembre de 1970


Desde 1938, cuando venció la coalición encabezada por Pedro Aguirre Cerda, Osiris Troiani observó todas las elecciones presidenciales de Chile, la semana pasada, desde Santiago, transmitía el siguiente informe:

El milagro se produjo: por primera vez en la historia, un candidato marxista triunfó por vía electoral. Y no es el único milagro: Salvador Allende, tres veces derrotado en sus aspiraciones presidenciales, se impuso a dos candidatos que jamás habían perdido.

El estupor se apoderó de nueve millones y medio de chilenos al percatarse, a media tarde del viernes 4 –un largo día sin sol, pero también sin frío, y de una serenidad enervante- que la Democracia Cristiana, después de gobernar sola durante seis años, sería derrotada no ya por la oposición de derecha, como se suponía, sino por la de izquierda, una coalición de seis partidos inspirada y conducida por el Partido Comunista, que es, con mucho el más responsable de los seis.

Es lógico pensar que, si Chile hubiera conocido de antemano el resultado de la consulta popular, habría votado de otra manera, pero esto se puede decir de cualquier elección. El hecho es que el sábado, cuando la luz del día se coló por las cumbres de la Cordillera, los chilenos se miraron con asombro: “¿Pero esto es verdad? ¿Somos, realmente, marxistas? ¿Lo somos hasta el punto de instituir mediante el voto libre un sistema al que otros sólo han sucumbido por acción de la fuerza? (…)

El candidato socialista rayaba en los 22 años al iniciarse la cuarta década del siglo, que vería al nazismo surgir, contagiarse a casi toda Europa y encender la II Guerra. Médico de posición holgada, (Allende) llega, a poco de graduado, al Ministerio de Salubridad, auspiciado por un Partido Socialista cuya única realidad es todavía el “oportunismo burgués”, según se encargan de demostrar los camaradas comunistas. Durante la II Guerra, Allende, que no ha conseguido acercarse nuevamente al poder, comprueba que su frustración coincide con la del socialismo internacional y, admirado del vigor militar ruso, de la mayor decisión y abnegación de los comunistas chilenos, comienza a prestarles su nombre para las consabidas maniobras miméticas: en los 50 –década de la Guerra Fría-, pretende dos veces la banda presidencial y otras dos en los 60 –década de la coexistencia-. Batido en 1952 por la demagogia de Ibáñez, en el 58 por Alessandri, aunque por leve margen, insiste en el 64 contra Frei; tiene entonces 56 años, su ciclo intelectual está concluido y la cuarta candidatura no aparecía sino como una manifestación de empecinamiento senil. La izquierda se reagrupa a su alrededor para disimular sus crecientes divisiones, y los comunistas no lo apoyan sino para sacrificarlo en el momento oportuno, si es necesario.(…)

Allende, que lloró sus tres anteriores desastres, estaba aún más emocionado esta vez. A la 1.30 de la madrugada se dejó conducir a la Federación de Estudiantes de Chile, y desde el balcón, sobre la Alameda, ayudándose con una bocina, regó un largo y desabrido discurso, que los jóvenes siguieron con impaciencia. Bailaban la cueca, una cueca marxista.

Al cabo de toda una vida entregada a la política, cuando sus esfuerzos ya orillaban el ridículo, este hombre, a quien pocos quieren y nadie admira, se convierte en Presidente de Chile, un título que le confiere respeto y afecto. Ahora debe lealtad a los suyos, pero amparo a todos.

El Chicho será, en adelante, el Presidente Allende; y cuando se retire, concluida su tarea, Don Salvador. “Desde aquí –previno- declaro solemnemente que respetaré los derechos de todos los chilenos, pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo Gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído. No tenemos, no podíamos tener, ningún propósito pequeño de venganza; pero de ninguna manera vamos a claudicar, a comerciar el programa de la Unidad Popular, que fue la bandera de combate del pueblo. No seré un Presidente más; seré el Presidente del primer Gobierno auténtico democrático, popular, nacional y revolucionario de la historia de Chile”. Si la victoria no era fácil –añadió-, más difícil será consolidar nuestra victoria y construir la nueva sociedad”. Habrá que “derrotar al imperialismo, terminar con los monopolios, hacer una profunda reforma agraria, nacionalizar el crédito, creando el progreso social que provocará nuestro desarrollo”.

Autor: Revista Primera Plana Nº 397, 8 de septiembre de 1970

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