Sarmiento y sus esfuerzos por promocionar el Facundo

viernes, 11 de septiembre de 2009

El 11 de septiembre de 1888 moría en Paraguay Domingo Faustino Sarmiento, uno de los principales impulsores del sistema educativo del país. Además de maestro, Sarmiento fue periodista, militar, diplomático, escritor, gobernador y presidente. En San Juan, su provincia natal, fue testigo de las guerras civiles que asolaron a la provincia. En 1827, se produjo un hecho que marcaría su vida: la invasión a San Juan de los montoneros de Facundo Quiroga. Decidió oponerse al caudillo riojano incorporándose al ejército unitario del general Paz. Facundo parecía por entonces imparable: tomó San Juan y a causa de esto, Sarmiento decidió, en 1831, exiliarse en Chile.

Durante su segundo exilio en ese país, en 1845, publicará su obra más importante, Facundo, Civilización y Barbarie, una denuncia contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Apenas aparecida, la obra no tuvo gran acogida. Esteban Echeverría comentaba en una carta a Alberdi que en el Facundo no encontraba más que “lucubraciones fantásticas, descripciones y (un) raudal de cháchara infecunda”. Sarmiento se encargó de promocionar “su Odisea”, como la llamaba en ocasiones. A continuación transcribimos cuatro cartas que Sarmiento le enviara a Juan María Gutiérrez, que muestran el empeño con el que Sarmiento promocionaba su obra, enviaba ejemplares “en todas direcciones” e intentaba “endilgar” el su Facundo por Europa. Al parecer, tuvo éxito porque ya en septiembre de 1846, la parisina Revue des Deux Mondes destacó que Facundo era “no sólo una de esas raras muestras que nos llegan de la vida intelectual de la América del Sur, sino un documento de grande importancia”.

Fuente: Sarmiento, Domingo Faustino, Páginas Confidenciales, Buenos Aires, Elevación, 1944.

Santiago, Julio 24 (1845).
Señor Don Juan M. Gutiérrez:

Remito a Vd. el primer ejemplar del Facundo que ve la luz pública. Ha salido como una cosa infamemente tratada.

¿Quiere Vd. encargarse de analizarlo, por El Mercurio, y decir que es un librote estupendo, magnífico, celebérrimo? Sin miedo de ofenderme diga en este sentido lo que le dé la gana; soy tolerantísimo. Cuando más le permito que por no ofender mi modestia añada que es una producción indigesta, incorrecta y nauseabunda; pero nada más.

Si quiere hacerlo, que publique para la salida del vapor, a fin de que no alcancen a salir las críticas que aguardo de mis amigos de por acá. Esto es el 30.

López ha sido hoy electo miembro de la Universidad, por seis votos. Piñero recibió los tres restantes y luego ¿Cómo le va a Vd., qué hace? ¿Por qué se hace la niña bonita y no me escribe? ¡Qué diablos! Vea: estoy a la mira de la salida del buque para Europa para que endilguemos el Facundo por allá y para Montevideo también.

Quedo de Vd. affmo. amigo,

Domingo F. Sarmiento
Santiago, agosto 8 de 1845.
Señor Don Juan María Gutiérrez:

¡Dichoso Vd., mi querido amigo, que puede escribir a los suyos largas y afectuosas cartas en que su preciosa alma se derrama en afectos y recuerdo! ¡Dichoso! Yo tengo que hacer el triste papel de un soso, descortés con mis amigos, privado de ganarme, no por sorpresa sino a fuerza de maña y tiempo el corazón de aquellos a quienes estimo. Los descuido, y a fuerza de no entendernos quedo puesto, sin intención y sólo de hecho, fuera de la comunidad de las simpatías.

Imagínese que hace diez días que quiero escribirle, que ayer protesté ante mí hacerlo hoy indefectiblemente y muy extensamente y que son ya las tres y cuarto y apenas puedo principiar.

¿Desorden, pereza, desatención? Hoy no por lo menos. Estoy ocupado con este maldito Rebujón que me saca los ojos, y por una medida puramente higiénica me propongo sacárselos yo. ¡Qué avisado ha sido Vd. en no meterse con la política! Este es un métier, infame y molesto como el de sacar hormigueros. Sé que ha hallado Vd. una casa quinta, con exposición al mar, aire fresco, alguna vegetación, y sobre todo, separada del contacto del mundo. Anacoreta o sibarita del espíritu, ¡cómo lo envidio! Quizá si estuviese yo en ese orden me moriría de fastidio y haría lo que Adán hizo por hacer algo, morder el fruto prohibido.

Escribió Vd. su salutación editorial en El Mercurio y se la agradezco. Si no fuera periodista yo hubiera creído que la chanza era pesada; pero como soy del métier, comprendí que hacía Vd. con el Facundo lo que yo he hecho tantas veces con otras cosas peores. No vaya Vd. a tener la falta de gusto de entrar en explicaciones sobre este punto. Como criatura racional que me creo, juzgo lo que hay de verdad en su apreciación y esto me bastaría para ponerme muy necio.

Vuelven los aguaceros, y no sé qué hacerme para mandar cuadernos allí para que estén prontos a salir en todas direcciones. Hubiera querido mandarle al Times; quiero que lleven a Francia, y la Rumanacargue con el resto a Montevideo. ¿Vd. se encargaría de desparramar por todos esos puntos esta mala semilla? (…)
Domingo F. Sarmiento
Santiago, agosto 22 de 1845.

Señor Don Juan M. Gutiérrez:

Es Vd. un taimadísimo amigo de quien es preciso importunar sin descanso para arrancarle una palabra. Vamos, déjese querer.

Le remito un cajón que le entregará Peña, el cual contiene 170 ejemplares de mi Odisea, como se ha complacido en llamarla Vd. por una admirable mezcla de afecto, convencimiento e inofensiva ironía. Pero no importa, yo también la llamaré desde ahora mi Odisea, con más títulos a ella que Homero, a quien como Vd. sabe la envidia póstuma ha venido a despojarle de tanta gloria unos veinte y cinco siglos después de su muerte.

Estos 170, los remitirá a Montevideo a alguno de sus amigos, para que asignándoles un precio vendible, los haga circular donde convenga, sin perjuicio de darme las cuentas del Gran Capitán; veinticinco mandados al General Paz; cincuenta introducidos furtivamente en Buenos Aires, tantos regalados a los patriotas en place.

Van tres parta para Varela, Echeverría y Rivera Indarte, los únicos tres nombres de por allá, que me suenan al oído bien claros y distintos. Mañana o más tarde irán tres más en tafilete, con recortes dorados ¿para quiénes se imagina Vd.? Para Ousseley y Deffandis y Vd. a quien como Comandante de la marina futura de Chile debo hacer este honor. Vaya que es curioso ver a un pobre gaucho, de la Pampa, tant sois peu poeta, enseñando a marinas por estas Mericas. Me lo imagino a Vd. con un conveé, como la gallina que cría patitos y los ve con horror y asombro lanzarse al agua “¡No hijitos, os vais a ahogar!”. Pero Vd. no sabe de todo lo que somos capaces los argentinos, sobre todo si estamos emigrados y falta qué comer. Entonces nos sentimos titanes, entonces nos revelamos a nosotros mismos. Yo, provinciano vitañero, si algo he sido en mi vida, flaneur más propiamente hablando me enderezo, diarista, político, historiador, director de Escuelas Normales, qué sé yo qué.

Pero volvamos a su misión de derramar la Odisea por toda la redondez del orbe. ¿A que no ha mandado un ejemplar al Times? ¿A que no ha escrito una palabra a sus amigos de Francia, al Nacional, La Democracia Pacífica, Revistas de París y de Ambos Mundos?

Vamos, hágalo. Deje que aquellos caballeros, por incomodar a Guizot digan tantas gracias como las que Vd. dijo, para hacerme saltar de contento, para hacer aspirar a un pobre amigo un poco de la fragancia de las lisonjas, que mecen el amor propio. Temo que el Facundo, ande rezagado por todas partes, y llegue fiambre y un poco descolorido, cuando las pasiones políticas resfriadas dejen verlo, en toda su insignificancia.

Disponga de los ejemplares a la rústica que hay en las librerías de Valparaíso, para estos envíos, entendiéndose con Peña al efecto. En fin hago a Vd. responsable con su vida y empleo el exacto desempeño de esta comisión, prometiéndole ascenderlo al más complaciente y oficioso amigo, de lo que le doy desde ahora el grado. (…)
Domingo F. Sarmiento
Río de Janeiro, marzo 1º de 1846.
Señor Don Juan M. Gutiérrez:

(…) A Alberdi dígale que he leído con gusto la crónica salada que hizo en el Mercurio, y que me ha hecho reír mucho la amargura con que está escrita. Señal clara de que empiezan a apretar los americanos. Me pesan como mis pecados todos los acalorados discursos que he escrito contra Rosas, y las rabias que ello me ha costado. Chile y la costa del Pacífico y la América entera son en la cuestión del Plata como la bosta del jején que “ni yede ni huele”. ¿A qué diablos desvivirse por hacerles oír razón? Su simpatía y su antipatía no pesan en la balanza de nuestros destinos, más que un “pelo del c…de un apis”. Son estas comparaciones que aprendí en las minas de Copiapó. Aquí nadie se acuerda de Chile para maldita la cosa, ni esperan nada en favor, ni temen nada. Déjenlos que se los lleve el diablo, si pudiesen Vds. aguantar sin contestar una palabra. Si yo hubiese estado por allá les había dicho desde una hasta ciento a los enemigos de la intervención lo que no obsta para que sigan el sano consejo que desde aquí les doy.

Ayer estuve con Hamilton y me habló con entusiasmo de la Memoria de Frías sobre la navegación de los ríos. Comuníquele esto a nuestro amigo, que se gozará en ello, como nos sucede a todos, los que ponemos palabras en orden. A mí digo la verdad, se me cae la baba.

Adiós pues querido, trabaje con tino duerme largo, joda mucho y diviértase, que el tiempo pasa, y no debemos malograrlo

De Vd. affmo.
Domingo F. Sarmiento
Tengo que echarle a Vd. un c… y se me había olvidado. ¿Por qué no mandó a Río de Janeiro los ejemplares del Facundo que le encargué? Yo he llegado con uno aquí, y como temo que la carretada que fue a Francia esté tirada en algún puerto, no he querido desprenderme de él. Qué libro tan desgraciado fue éste; todo hasta la impresión salió como si Rosas hubiese sido el que ponía la mano en él. Sóplese esa.


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