La reacción inmediata ante el colapso del comunismo en los regímenes de
La desintegración de
Hay cuatro razones muy claras para la persistencia de la amenaza socialista: 1) la naturaleza humana, 2) la crisis religiosa, 3) la estructura política de las democracias liberales occidentales, y 4) el temor a los dolorosos ajustas que hay por delante.
Empecemos con la naturaleza humana y su bifurcación. Todos tenemos dos impulsos innatos. Hay uno que compartimos con el reino animal, la tendencia colectivista hacia la identidad, el placer que derivamos de la compañía de personas de la misma edad, sexo, raza, carácter étnico, gustos, convicciones políticas y mentalidad. Esta tendencia, cuando es dominante, hace que las personas se sientan incómodas en presencia de la diversidad, de la desigualdad, sea superioridad o inferioridad. Estas categorías, sin embargo, se ven favorecidas por el otro impulso que llevamos dentro y que nos lleva, como viajeros y exploradores, a buscar y disfrutar la diversidad, y al que debemos nuestra cultura y civilización occidental. Todo depende de cual de estos impulsos conquiste la hegemonía, y si damos primacía a la libertad y a la personalidad por sobre el instinto del rebaño y la monotonía del hormiguero.
La historia occidental ha estado caracterizada por el ascenso de las ideas igualitarias desde 1789 (no desde 1776: en ese año no hubo ninguna Revolución Americana, lo que hubo fue simplemente una Guerra de Independencia Americana). Las ideologías de los franceses, rusos y alemanes motivados por la "identidad" planteaban la necesidad de establecer la igualdad en cierto terreno mediante la asimilación forzosa, la deportación o el exterminio.
Cuando Harold Laski dijo que el socialismo era la conclusión lógica de la democracia tenía, por lo menos, la mitad de la razón. Lo que tenía en mente no era quizás la síntesis democrático liberal que hoy domina en la mayoría de los países occidentales. A pesar de todo, la unión del principio liberal (en su sentido clásico de énfasis en la libertad) que el dogma democrático (igualdad y gobierno de la mayoría) ha sido un esfuerzo honesto aunque infructuoso de unir dos opuestos: la libertad y la igualdad. Alexis de Tocqueville vio esto claramente, al igual que todos los grandes y verdaderos liberales hasta Montalembert, Acton, Mises y Hayek. Tocqueville también se dio cuenta de que el principio igualitario, en combinación con el deseo de los partidos de hacer "felices" a los ciudadanos, pudiera introducir, paso a paso, una "suave tiranía", tan desconocida en la historia que no le pudo poner nombre y tuvo que describirla. Y su descripción es una visión profética no de
Uno tiene que distinguir entre el pleno Estado Socialista, donde todos los medios de producción están en las manos del gobierno, y el Estado Proveedor (Welfare State). El Estado Proveedor satisface otra demanda profundamente arraigada en la mente humana: en anhelo de seguridad. En Europa, esta seguridad estaba tradicionalmente garantizada en el ejército y en los (mucho más numerosos) servicios civiles. Pero ahora el estado promete: "Todos seréis empleados estatales’’-- lo que para muchos es la realización de un sueño. Esta tendencia empezó en Estados Unidos tras la elección de Andrew Jackson en 1828, cuando se introdujo el sistema de los despojos. También se ha practicado en Europa desde 1919, con la diferencia que, una vez nombrado y confirmado, allí un empleado estatal no puede ser despedido a no ser que cometa un crimen.
Por supuesto, hay razones concretas para que las que el ansia de seguridad y el miedo a la inseguridad se hayan convertido en potentes factores que hacen la tentación socialista tan fuerte y peligrosa. Uno de ellos es la crisis religiosa que va de la mano con el continuo debilitamiento de la familia. Un cristiano cree en
Esta situación es astutamente utilizada por el estado o, en las democracias, por los partidos políticos, la mayoría de ellos de izquierda.(en este sentido los Nacional Socialistas no diferían de los Socialdemócratas y a sus partidarios les encantaba citar la "consciencia social" del movimiento hitleriano.) En nuestras democracias ciertos partidos políticos compran votos regalando el dinero del gobierno. Es así que han surgido partidos Santa Claus por todo el mundo. No son fáciles de derrotar en las elecciones, y cuando son derrotados, los partidos conservadores rara vez tienen el valor de deshacer su trabajo y detener el soborno de las masas. Si lo hicieran, no tendrían la más mínima posibilidad de ser reelectos.
Todo esto tiene que ver con el sistema mismo de la democracia. Y tiene un efecto circular. El estado asume el lugar de Dios y la familia y "la sociedad huérfana" elige al estado. En las palabras de Alex Mitscherlich éste se convierte en la madre de múltiples pechos que amamanta a las masas. En estas condiciones, el hombre pierde su personalidad, su valor y su disposición a tomar riesgos. Tocqueville previó certeramente este tipo desnaturalizado de hombre que sería "un animal tímido e industrioso cuyo guardián es el gobierno", una criatura en busca de "mezqunos placeres" para llenar su vida. Es decir, usando los términos de fines de siglo XX: sexo, televisión y juegos. ¿Es tan sorprendente que este material humano haya estado dispuesto no sólo a abrazar el Estado Benefactor sino el socialismo e inclusive las dictaduras fascistas y comunistas? Hay, por supuesto, formas no estatistas de tratar con las incertidumbres de la civilización industrial y de una economía de mercado libre; tenemos el ejemplo de Chile, con seguro privado obligatorio contra la enfermedad y el desempleo. Pero, en las manos de los partidos de izquierda, el estado omnipresente quiere el control total. En palabras del camarada Benito Mussolini, veterano del Partido Socialista Italiano: "Todo por el Estado, todo para el Estado, nada contra el Estado’’.
¿De donde se pudiera esperar una resistencia al socialismo en todas sus formas? Teóricamente, debería venir de las comunidades cristianas pero éstas no se encuentran a la altura de esa tarea. Una explicación es la relativamente fácil perversión del Cristianismo en un colectivismo altruista. Simone Weill vio claramente este peligro cuando escribió: "
En fin de cuentas, no fue hasta 1017 que
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