¿Cuál fue la causa de la revolución cultural china?

miércoles, 23 de septiembre de 2009


A mediados de los años sesenta del siglo XX, el convulso panorama internacional se vio afectado por un fenómeno denominado la Gran revolución cultural proletaria cuyo impulsor fue el presidente chino Mao Ze Dong. Por César Vidal


Aclamada por elementos de izquierdas en todo el mundo, fue incluso uno de los referentes del mayo del 68, que la consideraron una purificación de la revolución marxista. Sin embargo, ¿cuál fue la causa de la revolución cultural china?

Como todos los procesos revolucionarios, la revolución cultural china no constituyó un fenómeno unitario sino que se desgranó en diversas fases relativamente fáciles de definir. La primera dio inicio a finales de 1965 como consecuencia directa del fracaso del Gran Salto Adelante. Concebido como un intento de desarrollar la sociedad china, el GSA no sólo no obtuvo sus objetivos industriales sino que además provocó una hambruna que recordaba por su magnitud a la sufrida por el agro soviético en época de Stalin y que de manera similar se tradujo en la muerte por inanición de no menos de siete millones de personas tan sólo en Ucrania.

En buena medida, la tragedia del fracaso stalinista se vio acentuada en el caso chino por dos circunstancias. La primera, que China sólo cuenta, a diferencia de la antigua URSS, con un diez por ciento de tierra cultivable, lo que exige una especial competencia a la hora de alimentar a una población extraordinariamente grande. La segunda, que Mao no sólo no aprendió del fracaso soviético sino que decidió seguir sus pasos con mayor firmeza si cabe. El control de los medios de comunicación y la represión del Lao-Gai, el equivalente chino del GULAG, imposibilitaba ciertamente una reacción popular pero no evitó que en la cima del partido se formularan algunas críticas en las que no es difícil hallar una inquietud por la propia permanencia del sistema. La reacción de Mao fue fulminante y hasta el verano de 1966 se manifestó en la destitución —o degradación— de importantes cargos del partido, del gobierno y del ejército bajo la acusación de “revisionismo”.

La afirmación de Mao no carecía de fundamento en la medida en que sus opositores deseaban ciertamente revisar un sistema que, obviamente, tenía efectos desastrosos, pero indica también hasta qué punto el mismo era incapaz de autorreformarse. En agosto de 1966, el XI Pleno del Comité central del PCCh decidió, bajo el dictado de Mao, organizar una ofensiva generalizada contra el “revisionismo” en cualquier lugar donde pudiera hallarse y bajo cualquier manifestación que pudiera tomar.

Fue así como a finales de 1966, la Revolución cultural pasó a su segunda fase —la más conocida—, caracterizada por movilizar a los Guardias rojos como agentes principales de la lucha contra el revisionismo. Los Guardias Rojos combatían —según el lema de la época— las “cuatro cosas viejas”, es decir, las ideas, la cultura, los usos y las costumbres antiguas. En la práctica, esto significó un ataque generalizado contra los considerados intelectuales, es decir, cualquier graduado de escuelas medias o superiores, y se tradujo de manera inmediata en la aniquilación del sistema educativo. Entre agosto y noviembre de 1966, se produjeron seis reuniones colosales de Guardias rojos en Pekín que llegaron a la cifra de diez millones de asistentes y que contaron con el respaldo del ejército y con la concesión de billetes gratuitos de tren.

La acción de los Guardias rojos no sólo significó el final del sistema educativo y el inicio de un reinado del terror que asoló toda China sino que además desmanteló la estructura existente del PCCh. Mientras maestros, funcionarios o simples ciudadanos eran juzgados en macroprocesos en que eran obligados a reconocer delitos políticos reales o supuestos, los cargos, los mandos, los efectivos del partido se vieron rebasados por unos jóvenes que enarbolaban el Libro rojo de Mao y gritaban consignas radicales. Semejante transformación del tejido político —que no vino acompañada de la creación de otra estructura paralela— benefició en realidad a Mao, que era idolatrado por los Guardias rojos y que se había deshecho de cualquier adversario, real o supuesto, de su política anterior. Sin embargo, estuvo a punto de arrastrar a la nación al caos.

A inicios de 1967, satisfecho por la aniquilación de sus opositores, Mao intentó crear unos comités de composición ternaria en los que tuvieran cabida las organizaciones de Guardias rojos, los miembros del partido que no habían perecido en las purgas y el ejército que, a la sazón, aparecía como el único garante del orden. El nuevo experimento de Mao no tardó en aparecer como algo absolutamente inviable. Mientras que un sector de los Guardias rojos quería ir aún más lejos en una radicalización que, por ejemplo, había incluido la prohibición no sólo de obras extranjeras sino incluso de interpretar y escuchar a Mozart, Beethoven o Bach, otro intentaba crear una mínima estructura que asegurara siquiera que no se produciría una nueva hambruna. No se trataba de una cuestión secundaria si se tiene en cuenta que las consignas y los juicios podían ser realmente espectaculares y provocar los comentarios elogiosos de la progresía internacional pero, al mismo tiempo, no servían para mejorar la calidad de las cosechas ni para asegurar que el hambre dejaría de ser un amenazante espectro. Finalmente, a mediados de 1968, Mao decidió acabar con los Guardias rojos y para ello recurrió al único poder sólido que podía garantizar la continuidad y el orden: el ejército. Esta maniobra de Mao —que hubiera sido definida como auto-golpe en otras circunstancias y latitudes— logró en buena medida su objetivo. Desde el verano de 1968 hasta abril de 1969, las fuerzas armadas sometidas a Mao pasaron a aniquilar a los Guardias rojos y a intentar amparar los intentos de reconstrucción de un partido diezmado.

En la última fecha citada, el IX Congreso del PCCh dio por terminada la revolución cultural. Si por tal se entiende el poder de los Guardias rojos, las afirmaciones del Congreso se correspondían con la realidad. Sin embargo, si por final de la revolución se entiende el final de la represión, hay que reconocer que, hasta cierto punto, lo peor estaba por venir. De hecho, durante los años 1970-71, los militares, bajo la dirección de Mao, llevaron a cabo una política de eliminación de adversarios realmente escalofriante. Ni siquiera en 1971 concluyeron los efectos de la revolución cultural. En realidad, el sector del partido controlado por Mao —que luego se perpetuaría en la denominada Banda de los Cuatro— logró mantener su política peculiar, y en buena medida errática, hasta la muerte del dictador en 1976. De esta manera, y resulta sobrecogedor reflexionar sobre ello, China no sólo había perdido dos décadas de su historia en experimentos fracasados sino que además padeció millones de víctimas.

Resulta, por lo tanto, obligado preguntarse qué impulsó a Mao a iniciar la revolución cultural china y, sobre todo, cómo pudo llevarla a cabo.

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