Clase y sujeto en la revolución argentina

viernes, 28 de agosto de 2009

Marx y Engel definen en el manifiesto que el sujeto de la revolución llamada a terminar con las contradicciones y las injusticias del capitalismo es el proletariado. Que es esta clase social la destinada a convertirse en fuerza motriz de la revolución. Así, para cualquier marxista, en el camino en que ese sujeto acumula fuerzas para cumplir con su misión histórica, las tareas políticas de cada etapa terminarán por decir si la clase necesita construir alianzas con otras clases o capas o si esto no es necesario, pero nadie duda que para los fundadores del materialismo dialéctico, es la clase de los trabajadores el sujeto social de la revolución, como queda claro en el mismo ‘Manifiesto comunista’, cuando afirman que es esta clase la única verdaderamente revolucionaria.

No buscaremos aquí discutir esta idea, que consideramos acertada en el momento en que se pensó, más bien intentaremos pensar el mismo problema que Marx y Engels pensaron a fines del siglo XIX, en una sociedad que iba tomando forma, que cada vez se polarizaba más entre la clase social en ascenso, la burguesía, y su “producto más genuino y peculiar”, el proletariado. El desafío es realizar ese mismo ejercicio pero en nuestra época, a la luz de los cambios que sufrió la clase obrera argentina, de los nuevos modos de dominación que ha asumido la clase dominante y de los aportes de Antonio Gramsci a la teoría marxista en general y a este problema en particular.

La idea de que el sujeto social de la revolución sería exclusivamente el proletariado se asienta en un conjunto de argumentos de los cuales tomaremos sólo algunos de los expuestos en el Manifiesto Comunista, con el objetivo de contrastarlos con la situación actual de nuestro país. Así, buscaremos polemizar con visiones que siguen sosteniendo la exclusividad del sujeto de la revolución en el proletariado, tal como si nada hubiese cambiado desde 1848 hasta nuestros días. Antes que alguien pueda acusarnos de cometer una herejía aclararemos que con esto creemos ser “fieles” al marxismo, aceptando una premisa planteada en el propio Manifiesto Comunista que sostiene que “los postulados teóricos del comunismo sólo son expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que trascurre ante nuestra vista” (Marx y Engels: 1998). O como lo amplía Althusser: “Sin la lucha de clases del proletariado, Marx no habría podido adoptar el punto de vista de la explotación clasista, ni llevar a cabo su trabajo científico. En este trabajo científico, que aparece marcado por toda la cultura y el genio político de Marx, ha devuelto al movimiento obrero en forma teórica lo que tomó de él en forma política ideológica” (Althusser, en George Rudé: 1981, 36)

Veamos, ahora sí, algunos de los fundamentos marxistas acerca del sujeto social de la revolución socialista.

La simplificación de la estructura social en dos clases fundamentales

En el manifiesto comunista, Marx y Engel plantean que la época de la burguesía (tengamos en cuenta que en el momento en que escriben esta sociedad está en pleno ascenso y “modelación”) se caracteriza por haber “simplificado” los antagonismos de clase. “Hoy toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado” (Marx y Engels: 1998 ). Respecto del resto de lo que llama las “clases medias” (pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, etc.) plantean que estos tienden a ser absorbidos por el proletariado. De esta forma, concluyen, “todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado”.

Al contrario de esta previsión hecha por Marx y Engels, las estructuras sociales capitalistas se han hecho mucho más complejas, y junto con la progresiva desaparición de las viejas capas medias que el manifiesto Comunista predice con acierto, han aparecido nuevas capas medias (profesionales, técnicos, trabajadores de la enseñanza y la salud, de los servicios) muy numerosas y activas, y dotadas de particularidades culturales que facilitan la identificación con ellas de amplios sectores de trabajadores. Esta “clase media” mantiene relaciones salariales, pero lo hace con condiciones laborales y características culturales diferenciadas de los trabajadores tradicionales. De esta manera esa polarización absoluta no fue tal y se fueron creando, (sin negar la contradicción de clases fundamental entre burgueses y proletarios) más elementos también agredidos por las políticas del capitalismo, así como elementos que diversifican también las acciones de la clase dominante, lo que nos enfrenta a una realidad con más actores interviniendo en la lucha de clases que los que podían pensarse hace un siglo.

La pauperización progresiva del proletariado

Marx y Engels vivían en tiempos en que predominaba la plusvalía absoluta, basada en la extensión de la jornada laboral, la intensificación del trabajo, la tendencia a la baja de los salarios. Describe Hobsbawn la situación del trabajador en los tiempos de Marx:

“...había muchos más que, enfrentados con una catástrofe social que no entendían, empobrecidos, explotados, hacinados en suburbios en donde se mezclaban el frío y la inmundicia, o en los extensos complejos de los pueblos industriales en pequeña escala, se hundían en la desmoralización... Las familias empeñaban las mantas cada semana hasta el día de paga...Las ciudades y zonas industriales crecían rápidamente, sin plan ni supervisión, y los más elementales servicios de la vida de la ciudad no conseguían ponerse a su paso. Faltaba casi por completo los de limpieza en la vía publica, abastecimiento de agua, sanidad y viviendas para la clase trabajadora. La consecuencia más patente de este abandono urbano fue la reaparición de grandes epidemias de enfermedades contagiosas.” (E. Hobsbawn:1979, 361)

En determinado período histórico, una combinación de progreso técnico con luchas obreras hizo que el predominio de la plusvalía absoluta sea reemplazado por el de la plusvalía relativa, en donde la masa de ganancias pudo aumentar junto con los salarios, debido a que aumentaba la “tasa de explotación” (menos ‘tiempo de trabajo necesario’ y más ‘plustrabajo’). Sólo así podemos explicar el “Estado de bienestar” o “capitalismo distributivo”, en donde la burguesía acepta aumentar salarios (siempre que estén condicionados al incremento de la productividad), reconocer ciertos derechos laborales y la posibilidad de que el ‘estado interventor’ otorgue asistencia social que atenúe la explotación (aunque no la alineación). De esta manera, sobre todo en estos años que podríamos situar aproximadamente entre 1945 y 1975, la clase obrera argentina abandonó la “miseria material”.

En esta época, la clase obrera accede a niveles de consumo impensables en los tiempos en que Marx reflexionaba sobre la situación del proletariado, llegando a lograr poseer bienes materiales importantes, cierta educación y jornadas laborales mucho menos extensas. De todas formas, es necesario aclarar que la ofensiva del capital trasnacional concentrado en las últimas décadas, ha echado por tierra con todo lo logrado por los trabajadores durante el estado de bienestar, promoviendo un re-disciplinamiento de los trabajadores y una serie de reformas laborales violentamente antiobreras, que hace retornar con el neoliberalismo algunas características del capitalismo original.

De todas formas aún hoy los trabajadores cuentan con mejoras en relación con la situación de los mismos en el momento en que ascendía la sociedad industrial. De esta manera cuesta pensar, por ejemplo, que la situación de miseria de los trabajadores constituya un elemento a favor de considerarlos como el sujeto revolucionario por excelencia. Lo que habla de que han perdido vigencia argumentos como el que sigue.

El proletariado no tiene nada que perder

Contra lo que afirmaba el Manifiesto, las mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores que, producto a las luchas obreras, la burguesía terminó concediendo, hicieron que la clase dominante contara con bases materiales para su hegemonía, montando sobre estas una poderosa industria del consenso. De esta forma en el capitalismo ciertamente “los ricos son cada vez más ricos”, pero no siempre “los pobres son cada vez más pobres”. Mientras esto pasa en el terreno material, la clase obrera también recibe legalidad plena de los partidos obreros reformistas y amplias facultades de los sindicatos, como así también ciertas libertades democráticas, etc. Todos estos mecanismos de integración económica, política y cultural de los trabajadores al sistema, son posibles porque el capitalismo logra (a diferencia de los anteriores modos de producción) realizar su explotación sin la preeminencia de medios extraeconómicos. En cada sociedad previa el desarrollo del capitalismo, la capacidad de extraer plusvalía de los productores dependió, en una u otra forma, de la coerción directa, ejercida por la superioridad militar, política y jurídica de la clase explotadora. Ahora la capacidad de explotación de las clases capitalistas no necesita directamente su poder político o militar. Los capitalistas requieren, entre otras cosas, del Estado para construir su hegemonía, pero sus poderes de extracción de plusvalía no requieren necesariamente de eso, en tanto pueden ser puramente económicos. Esto se sustenta en que los trabajadores, desposeídos de la propiedad de los medios de producción, están obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para lograr acceder a ciertos bienes necesarios para su subsistencia. El poder político y el económico siguen ligados, pero no están unidos de la misma forma en que lo estaban en sociedades anteriores. De esta forma, los trabajadores pueden ejercitar sus derechos ciudadanos sin afectar demasiado al poder del capital en el ámbito económico. Entonces, el tiempo ha dado a los trabajadores elementos materiales, políticos y simbólicos para una integración al sistema, que no hace tan clara esta idea, que si lo estaba en tiempos de Marx, de que no tenían nada que perder.

A esto agreguemos que la desocupación luego del neoliberalismo se convirtió en un mal estructural, que actúa, además que como ejercito de reserva, como un factor de disciplinamiento laboral y salarial a la baja, y que ha generado la realidad de que los trabajadores hayan perdido y sigan perdiendo gradualmente muchas de sus conquistas, en la medida en que el neoliberalismo avanza sobre nuestro país, y que –y aquí está la paradoja- esas perdidas no sean “lo peor”, en tanto aún tienen para perder nada más y nada menos que su condición de explotado, es decir, su trabajo. Esta realidad necesariamente limita la capacidad de lucha de la clase obrera ocupada.

Es así que la clase obrera fue asumiendo distintos modos, dividiéndose entre quienes se encuentran ocupados y quienes están sin empleo, a los que se agregan los que nunca lo tuvieron. Pero también aparece toda esa masa numerosa de sujetos que mantiene relaciones salariales, que son docentes, investigadores, trabajadores de servicios, de la salud, periodistas, profesionales en general, estudiantes, etc., que actúan también en la lucha de clases pero que no encajan entre las dos clases fundamentales. Algo similar sucede con la enorme masa de desocupados, a los que se podría colocar dentro de la clase obrera (como ‘no ocupados’), pero este encuadramiento se desmorona cuando tenemos en cuenta que ya está formando parte de este sector una generación de la cual una parte nunca tuvo trabajo, es decir que jamás tuvo un lugar dentro de las relaciones de producción [1]. También entran sectores de la pequeña burguesía, comerciantes, productores rurales, que cada vez encuentran más contradicción entre sus necesidades para sostenerse y las necesidades del poder económico concentrado de realizar la reproducción ampliada del capital.

Creemos que hay que poner en cuestión la idea de un sujeto conformado por una sola clase e, incorporando toda esta nueva realidad, trabajar sobre la idea de que de este conjunto de actores agredidos por el capitalismo deberá surgir el sujeto para la revolución argentina.

Gramsci y los dos sistemas de fuerzas

Antonio Gramsci ya en su época percibía que la lucha de clases en las sociedades modernas asumía formas nuevas en que no se expresaba exclusivamente un enfrentamiento entre las clases fundamentales sino que esta lucha se daba como el enfrentamiento entre dos sistemas de fuerzas, uno en el poder, dirigido por la burguesía, al que llamó bloque histórico y otro que debía formarse en torno de la clase obrera, lo que podríamos denominar bloque popular.

Son pocas las organizaciones de origen marxista las que en la actualidad piensan a la lucha de clases entre burguesía y proletariado como el enfrentamiento entre dos sistemas de fuerzas que de alguna forma “rodean” a las clases fundamentales. Generalmente la izquierda argentina opta por seguir atado a viejos esquemas del sujeto único y, por tanto, de su Partido de vanguardia, que ha impedido que, de una visión más real de las formas en que lucha el pueblo de nuestro país, surgieran enfoques vinculados a una idea de sujeto popular integrado.

Y aquí creemos dejar planteado uno de los problemas centrales de la revolución en la Argentina. El sistema de fuerzas que dirige (o hegemoniza) la burguesía está articulado, formando un bloque bastante sólido de elementos que consolidan la dominación de clase. Este bloque dominante dirige los destinos de nuestro país desde su formación, y ha ido asumiendo diferentes formas, con diferentes hegemonías en su interior, que lo han hecho pasar del modelo agroexportador al estado de bienestar, de ahí al neoliberalismo, según se dieran las relaciones de fuerzas en su seno y según lo requiriera la resistencia popular que sufrieran sus gobiernos. Así, militares, intelectuales, partidos políticos (fundamentalmente la UCR y el PJ, pero no sólo ellos), burocracias sindicales y estudiantiles, sistema educativo y universitario, la Iglesia, medios de comunicación, Fuerzas Armadas, etc, forman un bloque histórico que domina y dirige la Argentina con mayor o menor resistencia según el estado del sistema de fuerzas antagónico.

Del otro lado nos encontramos con un sistema de fuerzas que no está siquiera formado, ni dirigido en este caso por la clase obrera. Un campo de fuerzas populares al cual por su heterogeneidad, división y falta de hegemonía articuladora le ha costado mucho la resistencia a las iniciativas del bloque histórico. Su momento de mayor articulación y fortaleza fue en los años 60 y 70, pero no alcanzó para derrotar al bloque de poder que terminó aplastando política y militarmente a las fuerzas populares con el golpe del 76 y luego cultural e ideológicamente con el menemismo y el triunfalismo imperialista luego de la caída de la URSS.

Desde entonces hasta nuestros días no se ha podido articular al campo de fuerzas populares en un sólido bloque popular, en condiciones de disputar con el enemigo de clase y sus fuerzas en todos los terrenos. Y, una y otra vez, los saldos de acumulación alcanzados por el campo popular y sus fragmentadas expresiones políticas se terminaban escapando como arena entre los dedos, al tiempo que el enemigo se recompone de sus crisis. El momento más grafico de esta incapacidad para las fuerzas populares fue la rebelión popular de diciembre del 2001 que encontró al pueblo argentino sin una alternativa política propia y por tanto, sin poder aprovechar la oportunidad histórica que abría la crisis orgánica del capitalismo argentino[2]. Aún hoy el problema de la constitución de un bloque popular no se ha podido resolver.

El proyecto de desarrollo de un poder popular para la revolución debería ser pensado como el desarrollo, en un mismo movimiento, de un campo popular autónomo, que en su desarrollo y formación[3] alcance la capacidad de confrontación con el bloque dominante en todos los niveles en que este asienta su dominación: tanto en el plano social, liberándose de las direcciones burocráticas funcionales, tanto en el plano político, construyendo una fuerza política alternativa propia, como en el militar, desarrollando atributos de uso de la violencia política para enfrentar el aparato represivo y militar de las clases dominantes.

Quizás sea hora de que quienes asumimos posiciones vinculadas a la teoría marxista aportemos a desligar a la actividad revolucionaria de limitaciones teóricas producto de viejos y nuevos dogmatismos intentando pensar a los postulados teóricos del comunismo como “expresiones generales de los hechos reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que trascurre ante nuestra vista”.

[1] Es necesario aclarar que esta situación, en los últimos cinco años, ha sufrido modificaciones. Los niveles de desocupación han bajado de su pico histórico de un 25% al aproximado 10% actual. Hay datos que señalan que de los puestos de trabajo creados (aunque en su gran mayoría empleos precarios y en negro) muchos fueron ocupados por jóvenes de entre 15 y 24 años (datos de: Lozano, Claudio, Notas sobre la actual etapa económica, abril 2006, www.cta.org.ar ), lo que redujo la cantidad de jóvenes en esta condición de “excluidos estructurales”. No obstante, aún hay zonas del país que conservan porcentajes muy altos de jóvenes que jamás han tenido un trabajo.

[2] La crisis orgánica es definida por Gramsci como el momento en que el bloque en el poder sigue siendo dominante, pero ya no dirigente. Es Kirchner quien resuelve esta crisis orgánica devolviendo a las clases dominantes su función de dirección.

[3] En el sentido Thompsoniano de autoconciencia de clase a partir de la “experiencia”. Que sería decir, en este caso, del paso, a través de la experiencia de lucha, de sujeto social pueblo a sujeto político con forma de bloque popular.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

* E.J. Hobsbawn, 1979, Las revoluciones burguesas (II), Guardarrama/ Punto Omega, Barcelona.

* Karl Marx y Federico Engels, El Manifiesto Comunista, Ediciones Cuadernos Marxistas, Buenos Aires, Argentina.

* George Rudé, Revuelta Popular y Conciencia de clase, 1981, Editorial Crítica, Grupo editorial Grrijalbo, Barcelona.

* Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la politica y el Estado moderno, 2003, Nueva Visión, Buenos Aires.

* Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, 1996, Nueva Visión, Buenos Aires.

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